En las calles de Santiago, donde el ritmo de la ciudad se mide en paradas y semáforos, los conductores del transporte público enfrentan un riesgo invisible pero constante: las caídas. Ya sea al subir o bajar del bus, o durante sus desplazamientos al interior del vehículo, un resbalón puede convertirse en una lesión grave. Consciente de esta realidad, Educleta, la ONG que promueve seguridad vial con creatividad y empatía, ideó una solución tan innovadora como necesaria: convertir un bus de la empresa Metropol en un aula móvil donde los conductores aprenden, mediante experiencias prácticas, a prevenir accidentes.
El curso, titulado “Prevención de caídas en conductores de buses”, no solo aborda teorías, sino que sumerge a los participantes en situaciones reales. Dentro del mismo vehículo que operan a diario, los conductores practican técnicas como “los tres puntos de apoyo” —tomarse de las manillas y pisar con seguridad—, simulan escenarios de lluvia o fatiga, e incluso participan en dinámicas de role-playing para identificar errores comunes. “Quisimos que el aprendizaje fuera visceral, que sintieran el riesgo para entender cómo evitarlo”, explica Paola Gómez facilitadora y especialista en seguridad vial de Educleta.
La metodología es tan poética como efectiva. En lugar de manuales densos, hay ejercicios de movilidad en las paradas cortas, donde estiran las piernas y activan la circulación; juegos de trivia con preguntas que despiertan sonrisas y reflexiones (“¿Saltar del bus ahorra tiempo? ¡Claro que no!”); y hasta una sala de escape con desafíos que revelan las causas ocultas de las caídas. Incluso se usan gafas que simulan los efectos del alcohol o la fatiga, para demostrar cómo estos estados comprometen el equilibrio. “Fue impactante ver cómo algo tan cotidiano como subir al bus se vuelve peligroso con solo un segundo de distracción”, comenta Juan, conductor con 10 años de experiencia.
Los datos respaldan la urgencia de esta iniciativa: en el último año, el 30% de las caídas reportadas en el Sistema RED terminaron en lesiones graves. Muchas podrían evitarse con medidas simples, como revisar el calzado, mantener los pasillos despejados o usar las barras de sujeción. Pero Educleta va más allá: busca transformar hábitos mediante la empatía. “No se trata de regañar, sino de construir juntos una cultura de cuidado”, señala Andrés Santelices, presidente de Educleta.
Al finalizar la capacitación, los conductores no solo reciben un certificado, sino una nueva mirada sobre su labor. “Ahora miro cada escalón como un aliado, no como un obstáculo”, confiesa Pedro, uno de los participantes. Y es que, en el vaivén de la ciudad, donde el tiempo apremia y las prisas son inevitables, Educleta ha plantado una semilla de conciencia: que la seguridad no es un protocolo, sino un acto cotidiano de respeto hacia uno mismo y hacia los demás.
Entre risas, ejercicios y anécdotas compartidas, este bus-aula se ha convertido en un símbolo de cómo la educación vial puede ser cercana, humana y transformadora. Porque en el camino hacia una movilidad segura, cada paso —firme y consciente— cuenta.

